O de un chilango leído, comido y viajado como ninguno.
…la vaca, sí, y por supuesto sus partes más queridas: el enorme costillar, el tierno filete, la lengua, las muchas formas de la panza, y las mollejas de la ternera; y el becerro: la cabeza, los ojos, los cachetes, la lengüita; y el cabrito: la pierna, el lomo, la deliciosa riñonada con su tesoro escondido, brillante, hermoso como un testículo; y los pollos, su piel doradísima en el rosticero, la música del fuego sobre ella, y la jugosa carne de su piernimuslo (acabo de recordar: anoche soñé que comía un pollo perfecto, en que la pechuga no tenía menos jugo que el muslo y el ala se sentía tan carnosa como la pierna); y los guajolotes y las aves de caza y los búfalos y los cervatillos… Pero ninguno de ellos acarrea tanta identidad, tanta compasión, tanto amor silencioso o sonoro, como el puerco.